No lo voy a negar: el calzado minimalista es caro.

Antes de conocerlo no pagaba más de 60 € por un calzado.

Me parecía innecesario gastarse más.

Pero un día tuve que cambiar mis prioridades.

Quería que mis pies funcionaran de manera natural.

Me compré mi primer calzado minimalista.

Aún así seguía teniendo la sensación de estar pagando demasiado.

Un calzado con menos suela, menos tecnología, menos de todo…

¿Por qué tienen que ser más caras estas zapatillas?

Hay varios motivos seguramente.

Pero hay uno muy importante.

Si las comparamos con otras marcas.

No se fabrican ni se venden en grandes cantidades.

Más adelante pensé en otro concepto acerca del precio de un producto.

A la hora de comprar un coche, por ejemplo.

Tenemos el precio de compra.

Y luego está el coste del mantenimiento y las reparaciones.

Solemos tener poco en cuenta ese segundo gasto.

Y es algo tan importante como el precio de compra.

O más.

Ese coste puede ser una sorpresa o una incógnita.

Pero se puede intentar reducir.

Te puedes informar de cuáles son las marcas más fiables.

De qué motores dan menos problemas.

De cuánto cuestan los recambios.

Al final nadie te puede asegurar nada.

Pero reduces las posibilidades de error.

Con el calzado nos pasa lo mismo.

Nos fijamos sólo en el precio de compra.

Pero también hay un coste de mantenimiento y reparaciones.

En este caso en tu propio cuerpo.

Considero que es necesario tenerlos todos en cuenta.

Así consigues una perspectiva más global y realista.

Hay ciertas cosas que se repiten en la mayoría de calzados convencionales.

Limitan el movimiento y la capacidad sensorial de los pies.

Los deforman y los ponen en posiciones desventajosas.

Eso provoca unas compensaciones en el cuerpo.

A la larga puede necesitar ser “reparado”.

Y eso tiene un coste.

Hablo de dolores y molestias.

En la rodilla, las lumbares, la planta del pie…

Son potenciales reparaciones.

Molestias causadas, en parte, por ese calzado.

Muchas veces va a ser necesario pasar por consulta.

Ese es el “coste de reparación” del calzado.

El que no tenemos tanto en cuenta.

Como en el caso de los coches, las reparaciones son una incógnita.

Pero también se pueden reducir las probabilidades de que ocurran.

Dejando que los pies se muevan lo más libres posible.

Proporcionándoles el entorno para desarrollar su musculatura.

Si quieres llevarlo al extremo hay una solución.

Ir descalzo todo el día.

Pero hay una más conservadora y fácil.

Usar calzado minimalista (sobretodo fuera de casa).

Pero no nos vamos a volver locos.

El calzado minimalista no te va a hacer más feliz.

Tampoco va a hacer que mejores tus marcas personales.

Ni te proporcionará una vida sin molestias músculo-esqueléticas.

Dudo que te haga ser más inteligente.

Ni más resiliente.

Pero tiene más probabilidades de hacerlo que el calzado convencional.

Como en el caso de los coches, no hay nada seguro.

Puedes comprar una marca premium y tener muchos problemas mecánicos.

O cuidar mucho tu coche y que no llegue a los 200.000 km.

Se trata simplemente de minimizar los riesgos.

De favorecer el movimiento de tus pies.

De exponerlos a estímulos variados.

Atrofiar los pies no es una buena estrategia.

Fortalecerlos sí.

No se puede asegurar nada.

En ningún lado de la balanza.

Sólo puedes reducir las probabilidades de tener que “repararlos”.

Te animo a pensar en el coste del calzado que usas más allá del precio de compra.

Tener en cuenta cómo te afecta a nivel estructural.

Ser consciente de los problemas que pueden surgir.

De los costes que pueden incurrir.

Y responsabilizarte con tu salud.

Y tu bolsillo.

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