En un artículo anterior hicimos una analogía.
Nuestro Sistema Nervioso (SN) es como una red de carreteras.
Esta se repara y se mejora con el uso.
Y se deteriora con el poco uso.
En los pies esto es muy evidente.
Tenemos músculos débiles.
Somos muy poco hábiles.
Pero hay otro tipo de consecuencias.
Las carreteras abandonadas no sólo afectan en el campo físico.
Nuestra mentalidad también se ve condicionada.
Volvamos a cuando eras pequeño.
Era un momento de exploración.
De tu cuerpo y del mundo a tu alrededor.
Te tocabas los pies,
los pies tocaban superficies,
notaban la temperatura de las cosas…
Todos los estímulos eran nuevos para ti.
Gracias a todos ellos aprendías cómo funcionaban tus pies.
Te ponías de pie y te equilibrabas.
Transferías tu peso en ellos de distintas maneras.
La comunicación entre tu mente y tus pies se desarrollaba.
Con cada nuevo estímulo el SN mejoraba.
La curiosidad te movía a explorar.
El límite era tu imaginación.
Creías lo que tus pies te decían.
Pero en algún momento topas con la sociedad.
Una sociedad con unas creencias respecto a los pies.
“Son una parte del cuerpo que debemos tapar”.
Como algo feo que debemos esconder.
Como si nos avergonzara.
“Son una parte del cuerpo que hay que proteger”.
Porque estamos rodeados de peligros.
Porque los pies son débiles.
Porque deben estar limpios.
Es a partir de aquí que tu mente gana protagonismo.
Una historia nueva se forma en ella.
Empiezas a desconfiar de la información de tus pies.
Se crea un desequilibrio.
Se desarrolla el Sistema Nervioso Central (SNC), tu mente.
El Sistema Nervioso Periférico (SNP) se abandona, tus pies.
Esa creencia, esa historia, se ve reforzada constantemente.
Aumentando el desequilibrio entre el SNC y el SNP.
Con el calzado “de adulto” te duelen los pies.
“Porque el calzado tiene que darse”.
Cuando vas descalzo te das un golpe en el dedo pequeño.
“Porque no vas protegido”.
Necesitas usar plantillas correctoras.
“Porque tus pies son defectuosos”.
Pero puede que en realidad la historia sea otra.
Te duelen los pies porque el calzado no tiene forma de pie.
Te das un golpe porque vas pensando en otra cosa.
Porque vives “aquí arriba”.
Necesitas plantillas porque tu entorno no estimula a tus pies.
Porque no hacen la función para la que están diseñados.
Y sus tejidos se atrofian por la falta de uso.
De esta manera aceptas una historia distorsionada.
“La culpa está en tus pies.
No son como deberían ser.”
Quitas el foco a lo que le rodea.
“El entorno no es el problema.
El pie es débil y es necesario ayudarle.”
Tu mente es la protagonista, la narradora.
Tus pies quedan en un segundo plano.
Existe también un sesgo de confirmación.
A tu alrededor hay más gente con problemas en los pies.
Es una condición “normal”.
Mucha gente sufre lo mismo.
La historia se retroalimenta.
Y esa creencia, en parte, tiene sentido.
Somos animales que buscamos la comodidad.
Es fácil pensar que somos defectuosos,
que tenemos que delegar nuestro bienestar a cosas externas.
Más protección, más soporte, más dependencia…
Pero menos consciencia, menos empoderamiento.
Es difícil buscar alternativas.
Nos incomoda cambiar nuestro entorno.
Cuesta mejorar hábitos, requieren un esfuerzo.
Nos conformamos con unas creencias de segunda mano.
Basadas en las historias que la sociedad nos cuenta.
Pero ignoramos la información que los pies nos dan.
Porque las historias que nos cuentan se repiten a diario.
Y porque las carreteras de la información de nuestros pies están deterioradas.
Es un círculo vicioso.
Recibes el mensaje externo de que tus pies son débiles.
Tu mente se convence de ello (se refuerza).
La información neuronal de tus pies pierde importancia (se deteriora).
Y volvemos al mensaje inicial.
Puedes cortar ese bucle en cualquiera de los tres puntos.
Ignorar el mensaje derrotista prevalente en la sociedad.
Informarte sobre el funcionamiento y la biomecánica de tus pies.
Moviendo y estimulando tus pies.
Un viaje, en general, lento, largo y lleno de baches.
Pero totalmente aconsejable.