Primero pongámonos en contexto.
Somos animales perezosos.
No importa si sabemos lo que nos conviene.
No actuamos hasta que no estamos al límite.
Todos hemos escuchado historias de superación personal.
Y la mayoría cumplen un requisito común.
La persona ha tocado fondo antes de hacer el cambio.
Ahora al lío.
No importa lo “natural” que vivas.
Tus pies necesitan ayuda.
Te lo piden constantemente.
A veces los escuchas y otras no.
Y te lo voy a explicar con una analogía de esas que me gustan tanto.
A la hora de ayudar a una persona.
Es mejor hacerlo sólo si esta te lo pide.
¿Por qué?
Porque lo importante es el aprendizaje.
Y aprendemos cuando nos equivocamos.
Sin ayudas.
Es un concepto aplicable a mucho ámbitos.
A tus pies también, por supuesto.
No actúas hasta que no duele lo suficiente.
Hasta que los problemas no superan a la incomodidad del cambio.
Y el dolor no es más que una petición de ayuda.
Digamos que es cuando has tocado fondo.
Cuando los pies ya se han equivocado lo suficiente.
Cuando es hora de actuar y cambiar.
Necesitas hacerlo mal para aprender.
Es entonces cuando pides ayuda.
“Me he perdido, no sé qué hacer”.
Tus pies hacen lo mismo.
El dolor es esa señal.
Es cuando te toca ponerse en marcha.
Igual que cuando ayudas a una persona.
Lo mejor es ayudar lo mínimo.
Que la persona pueda hacer por sí misma.
Que tus pies puedan hacer lo que les toca hacer.
Sabes que se equivocarán, que algo saldrá mal.
Pero es ahí donde está el aprendizaje auténtico.
Dales libertad y observa.
Tanto a los pies como a las personas.
Deja que lo hagan mal.
Entiende el porqué.
Y ayuda si crees que es necesario.
Otro aspecto importante es que la ayuda debe ser temporal.
Ninguna ayuda debería alargarse indefinidamente en el tiempo.
¿Usar plantillas de por vida?
¿Cambiar de calzado ortopédico cada ciertos años?
Eso deja de ser ayuda para empezar a ser una dependencia.
Cuando ayudamos a una persona lo hacemos temporalmente.
Ayudamos a alguien a aprender a cocinar.
Ayudamos a alguien a aprender a conducir.
Pero con el tiempo dejamos de prestar esa ayuda.
Con el tiempo la persona se vuelve autónoma.
Seguirá equivocándose, pero ella misma corregirá los errores.
¿Qué pasa con nuestros pies?
¿Por qué alargamos esas ayudas indefinidamente?
¿Estamos dejando aprender a nuestros pies?
¿Les estamos dando autonomía?
¿O les estamos creando una dependencia a soportes externos?
Creamos unos pies “malcriados”, dependientes.
Como una persona que no puede valerse por sí misma.
Y todo por esa ayuda a la que les acostumbramos.
Bueno, y por el entorno en el que viven.
Ese fue seguramente el causante original.
Cuando quieres ayudar de verdad tienes que dejar hacer.
Corriges su posición, su funcionamiento.
Pero con el tiempo eliminas ese soporte.
Para permitir su autonomía.
Para generar un aprendizaje auténtico.
De esta manera evitas otro mal.
El de las creencias limitantes.
Asumes que tus pies son así.
Que te han tocado unos pies defectuosos.
Que es algo que no puedes cambiar.
Y que realmente la única solución es la ayuda constante.
Y, por supuesto, pagar por esa ayuda.
Tus pies son como cualquier otra parte de tu cuerpo.
Les ayudas cuando lo necesitan.
Poco. Lo justo para que aprendan.
Y paras de hacerlo para que vuelvan a ser autónomos.
Igual que quitamos un collarín.
Igual que volvemos a hacer ejercicio después de una lesión.
Igual que dejamos de ayudar a una persona cuando ha aprendido.