Las Reflexiones de Toni

Tu vida empezó en el suelo.

Era tu gran amigo.

Te tumbabas en él.

Te arrastrabas en él.

En algún momento empezaste a gatear.

Siempre cerca del suelo.

Te sentabas en él para poder tener mejor campo de visión.

Para poder manipular mejor los objetos.

Un día conseguiste ponerte de pie.

Pero pronto volviste con tu amigo.

Todavía no estabas preparado para separarte de él.

Siempre lo tenías presente.

Él siempre estaba allí.

Tu vida seguía estando cerca del suelo.

Con el tiempo llegaste a caminar.

Mientras mejorabas tu técnica seguías volviendo a visitar a tu viejo amigo.

Incluso cuando caminabas con soltura, sin agarrarte a los muebles.

Incluso entonces acababas volviendo al suelo por voluntad propia.

Volvías para jugar, para descansar, para manipular cosas…

Cerca del suelo.

Cierto día unas personas te presentaron a alguien.

Unas personas adultas que te cuidaban.

Que lo único que querían (y quieren) era tu bienestar.

Unas personas sabias y en las que depositaste tu confianza.

Te presentaron a su amiga.

Una amiga que llevaba con ellos muchos años.

Y a la que le tenían (y tienen) mucho cariño.

Hablo de la silla.

Entendiste que compartirías muchas horas con ella.

Esas personas adultas lo hacían.

Con ella aprenderías a escribir.

Perfeccionarías tu técnica de dibujo.

Escucharías con atención lo que te dijeran.

Una amiga que te acompañaría incluso cuando ya supieras hacer todo eso.

Cuando fueses mayor y dedicaras tu tiempo a tus propias cosas.

Como las personas a las que admirabas.

Sería tu amiga inseparable.

Tu relación con tu anterior amigo se fue deteriorando.

Empezaste a alejarte del suelo.

Tu entorno estaba diseñado para que todo fuese más cómodo con tu nueva amiga.

Había mesas donde ponías tus herramientas de trabajo.

Y esa mesa encajaba a la perfección con la silla.Por todos lados encontrabas sillas (o similares) y el suelo pasó a un  segundo plano.

Con el tiempo tu viejo amigo fue adquiriendo connotaciones negativas.

El suelo es un sitio sucio con el que no deberías juntarte.

“No cojas eso que estaba en el suelo”, te dijeron.

Y veías que las personas adultas apenas se relacionaban con él.

Incluso se acercaban a él como con miedo, con el culo bien alto, alejado.

Como si tuvieran miedo de que les fuese a morder.

Y tú querías ser una persona adulta.

Así que tocaba imitarlas y conocer a fondo a tu amiga la silla.

¿Para qué volver al suelo?

Ha pasado el tiempo y la silla y tú os habéis hecho grandes amigos.

La ves en todas partes y en diversas formas (no tan diversas en realidad).

La silla del colegio donde aprendes.

La silla del comedor donde comes.

La silla con ruedas del escritorio donde estudias, trabajas y demás cosas.

El sofá de la sala de estar donde miras la tele, descansas, pasas un rato en familia…

El asiento del transporte público o del coche con el que te desplazas.

Las butacas del cine, del teatro, del estadio…

Los bancos del parque donde pasas las tardes con los amigos.

Ahora lejos del suelo.

Y llegará un día en el que el suelo será cualquier cosa menos un amigo.

Le cogerás una especie de vértigo a estar de pie.

Un vértigo que reducirás volviendo a tu amiga, la silla.

Te dará miedo llegar hasta el suelo.

Una vez allí no sabrás cómo relacionarte con él.

Cuando hace años había sido tu mejor amigo.

El suelo será ese sitio al que no querrás ir.

Te dará miedo visitarlo.

No sólo por lo sucio que pueda estar.

Se convertirá en un problema salir de él.

Eso contando que hayas llegado a él de manera voluntaria.

Si ha sido de manera forzosa lo más probable es que ni pienses en levantarte.

Lo primero que pienses será si te has roto algo.

Puede que no te guste esta historia.

O que te parezca exagerada.

Y seguramente lo sea.

Pero es indudable que nuestra relación con el suelo va a menos a lo largo de la vida.

Con sus correspondientes consecuencias.

Mitigarlas es simple: recupera esa relación.

Acércate al suelo.

Mejorarás tu movilidad y tu fuerza, entre otras cosas.

Eso es mejorar tu calidad de vida.

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