¿Recuerdas la imagen que tenías de tus padres cuando eras pequeñ@?

Yo tengo un recuerdo muy claro en mi cabeza.

Mis padres eran personas sabias.

Cualquier duda que tenía, ellos la sabían resolver.

Eran mi libro de consulta.

Mi Wikipedia analógica.

Mi biblioteca personal.

Estoy convencido de que tu caso seguramente era parecido.

No había pregunta para la que tus padres no tuvieran respuesta.

Daba igual la materia.

Tenían siempre una historia que contarte.

Pero con el tiempo les fuiste encontrando debilidades.

Había cosas que no sabían.

Te decían que las buscaras en otro sitio.

O preguntaras a otra persona.

O, peor aún, descubrías que te habían dicho una mentira.

En el fondo esa mentira sabes que no era con mala intención.

Lo hacían desde la bondad.

Posiblemente era para protegerte.

O para protegerse, quién sabe.

Con toda la buena intención del mundo.

A partir del momento en que descubres sus debilidades todo empieza a cambiar.

Hay un punto de inflexión.

Un pequeño estado de crisis.

El comienzo del camino de transformación.

Te empiezas a cuestionar cosas que dabas por sentadas.

Empiezas a dudar.

Así es como yo entiendo la madurez.

Como ese proceso en el que empezamos a dudar.

En el que dejamos de depender de nuestros padres.

No sólo para que nos hagan la comida o nos limpien la ropa.

También dejamos de creer las historias que nos cuentan.

Y las historias que nosotr@s mism@s nos contamos sobre ellos.

No lo entiendo como un proceso de abandonar a nuestros padres.

Es más bien un proceso de desapego.

No te desentiendes de ellos.

Los ves como esas personas que te han dado amor y te han cuidado.

Lo han hecho mejor o peor.

Pero con toda la buena intención.

Y los comprendes.

Te independizas poco a poco de sus creencias.

Pues bien, aquí viene la noticia del día:

tu mente hace lo mismo que hacían tus padres.

Te cuenta historias.

Y tú te las crees.

Tod@s nos las creemos.

Y no es de extrañar.

Esas historias nos las cuenta con sensaciones.

Frío, calor, sueño, hambre, dolor, cansancio…

O con sentimientos.

Miedo, tristeza, rabia, melancolía, aburrimiento, inquietud…

¿Quién es capaz de ignorar esas señales?

Son historias diseñadas para protegerte.

Igual que las que te contaban tus padres.

Nacen de la bondad.

Pero desde una creencia distorsionada.

La búsqueda de la seguridad, de la comodidad.

Porque nuestro entorno natural era peligroso.

Pero el moderno no.

En realidad tod@s somos capaces de ignorar esas señales.

Puede que te hayas visto obligad@ a ignorar esas señales.

Por una fuerza externa.

En ese caso ya estás en el camino de la duda, del desapego.

Igual que con tus padres.

Tu mente te cuenta una historia.

Puede ser algo así:

hace mucho frío,

hace 10 años estabas mejor,

o esa persona se está metiendo contigo.

Tú decides si te las crees o no.

O hasta qué punto son ciertas.

Y qué vas a hacer con ellas.

Cuál va a ser tu reacción.

Puede que seas capaz de soportar mucho más frío del que tu mente piensa.

Puede que hace 10 años tuvieras más dinero.

Pero tuvieses menos tiempo libre.

Puede que esa persona no se esté metiendo contigo.

Simplemente no es consciente de sus palabras y hoy tiene un mal día.

Te empiezas a cuestionar lo que tu mente te cuenta.

Como pasó con tus padres.

Dudas de sus historias.

En ese momento eres como Neo en Matrix.

Te planteas dónde están realmente los límites.

Qué es cierto y qué es falso.

Entiendes que existen otros límites más allá.

Que la realidad tiene muchas caras.

O que tu mente no siempre tiene razón.

Las señales que te envía están ahí para protegerte.

Como hablamos en el artículo anterior:

tú decides cuánto te quieres proteger.

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