La hazaña Eliud Kipchoge ha dado mucho que hablar entre corredores profesionales y aficionados. A los pocos días de que el keniano pulverizase el record de maratón, el diario El País publicaba un artículo al respecto, en la cual se mencionaba el barefoot running, y que a su vez enlazaba con otro que hablaba del hecho de que correr descalzo fortalece los músculos de los pies, y ahí, amigos y amigas, es donde empieza todo.

Cabe aclarar que aquel primer artículo lo hallé en Twitter gracias a Running Consulting, y decidí retuitearlo. Casualmente, al cabo de un rato tenía un nuevo seguidor, corredor popular bastante ducho es aspectos técnicos de la carrera y preocupado por los aspectos nutricionales. Este nuevo seguidor, tenía un tweet reciente en el que advertía que había que llevar mucho cuidado con el minimalismo, al cual acompañaban una serie de respuestas con las que yo estaba en desacuerdo en mayor o en menor medida.

Este fue el detonante que me animo a «hilar» en Twitter un tema acerca de mi experiencia como corredor descalcista, y al parecer ha tenido suficiente éxito para que, desde este blog, me soliciten que lo aporte en forma de artículo para ser incluido en el mismo.

Como explicaba en mi hilo de Twitter, yo no soy un gran experto en lo deportivo. Los deportes y yo no nos llevamos bien. De niño, era sedentario y tranquilo, y regordete. Mi falta de habilidad no me animaba mucho a practicar deporte, y la falta de práctica no me ayudaba en la mejora de mis habilidades. No fue hasta tarde en la adolescencia que le cogí gusto a patinar en línea. Desde más o menos 1997 a 2005 patiné bastante, pero una vez me incorporé al mercado de trabajo, me emparejé, etc. (es decir, lo que viene llamarse «ser adulto»), empecé a dejar de tener tiempo para calzarme los patines. Pasé varios años con una actividad física muy reducida, y un día —quizá por haber alcanzado la edad de Jesucristo— me di cuenta de que el cuerpo me mandaba señales, en plan «oye, deberías hacer algo, ya sabes, de deporte y tal», y yo, que que sóc un cabut (como dicen en mi tierra), le respondí «pues te vas a enterar, porque lo voy a hacer a mi manera».

Hacía tiempo que conocía la existencia de las FiveFingers o «zapatillas de dedos». Tenía unas, de hecho. Me gustaba la sensación de ir casi descalzo. Gracias a internet, estaba al corriente del llamado minimalismo o correr natural, así que, ni corto ni perezoso, me las calcé un día para llevar a los niños al cole, y volví corriendo. Era poco más de 1 km, cuesta arriba, por la avenida Cardenal Herrera Oria de Madrid. Para mí, que no corría ni para pillar el autobús (esto es verídico), aquello era una hazaña. Al principio, me tuve que obligar bastante, pero poco a poco alcancé los 2 km, los 3, los 5… Pasar de 5 me llevó tiempo (y sigue sin gustarme demasiado), pero vi también cómo mis tiempos mejoraban y como los pantalones se mi iban quedando anchos.

Corrí como minimalista durante un par de años, con breves escarceos con el descalcismo, siempre cuando no miraba nadie y lejos de la ciudad, porque… ¡qué vergüenza! Fue en las Navidades de 2015 cuando decidí «dar el paso». En una visita a Valencia, temprano por la mañana y tras haber calentado, me quité las zapatillas y me puse a catar el asfalto. La sensación no era nueva (ya lo había probado antes), pero la variedad de texturas que encontré, sí. Durante la vuelta a casa quise probarme, y ver si podía llevar un ritmo algo más rápido. ¡Y vaya si pude! Recuerdo ir pensando «un poco más, un poco más, que llego a casa». Fue una imprudencia, porque mis pies y mi piel, poco acostumbrados a aquello, me empezaron a dar señales de aviso, pero no quise escuchar. ¿Por qué parar, si veía que era perfectamente capaz de hacerlo? La respuesta llegó al cabo de un rato en forma de ampollas e inflamaciones, y se quedó allí, recordándomelo a cada paso, durante varios días.
Entonces, si el resultado de tal experiencia no fue positivo, ¿por qué seguir? Porque sí lo fue. Yo estaba determinado a ser capaz de hacerlo, y aunque el resultado había sido doloroso, esas molestias no se iban a quedar para siempre. Yo sabía que era cuestión de tiempo y de paciencia. Quizá esas fueron mis ventajas a la hora de hacerme minimalista: por un lado, las ganas de hacerlo, y por otro lado, tenía todo el tiempo del mundo. No había corrido nunca con calzado amortiguado, no tenía vicios, costumbres, ni marcas de las que presumir. Sólo era posible ir a mejor.

Mi error de los primeros días fue un error muy típico en quienes hacen transiciones a minimalismo o descalcismo: hacer demasiado, demasiado rápido. La perspectiva que da el tiempo y la experiencia me hacen pensar que tendría que haber ido más despacio. Sin embargo, creo que debo afirmar que, aunque hubiera tenido a mano el consejo necesario para tomarlo con más calma, tampoco lo habría seguido. A quienes nos gusta esto, nos encanta la sensación, y es muy difícil tomar la decisión de parar a tiempo, porque uno se siente perfectamente capaz de seguir un poco más, y otro poco más, y otro.

Fueron unos 4 o 5 meses hasta que realmente conseguí correr sin molestias. El primer mes, fueron ampollas. El segundo, molestias en las plantas de los pies (probablemente algo de fascitis). El tercero, en las tibias. El cuarto y quinto, los tendones de Aquiles. El sexto, ya nada, y así hasta hoy.

Todo esto, cuando se lo intentas explicar a gente que lleva mucho tiempo corriendo y que tiene fe ciega en el calzado, en los podólogos, en la nutrición, que corre con mucha regularidad y que es capaz de completar carreras a 4:30 min/km, no habitual es encontrar escepticismo, alarmismo, incredulidad. Es posible sentir en ellos como están pensando en ese mismo momento «tío, no tienes ni pajolera idea de lo que estás haciendo». Sin pretender herir a nadie, son ellos los que no tienen ni pajolera idea de lo que yo estoy haciendo. Generalmente, lo que más suelo oír de estas personas, son las dolencias que voy a acabar padeciendo en tendones, tobillos, tibias, y rodillas (sobre todo rodillas). No puedo hablar por mí, porque nunca he tenido este tipo de dolencias, pero en mi círculo de colegas descalcistas, precisamente de molestias en las rodillas es de lo que se quejaban cuando corrían con zapatillas. Y como quiera que sea, no hay otro como yo. No soy experto de ciencias de la salud, pero opino que si algún día desarrollo ese tipo de dolencias, ¿será debido a correr descalzo o, simplemente, a correr? No habrá modo de saberlo, no podremos repetir la prueba, ni modo de demostrar que corriendo con zapatillas lo habría evitado. Es más, ¡quizá acabaría desarrollando dolencias incluso peores llevando zapatillas! No habrá modo de demostrar esto.

Creo que el hecho de que todos los estudios rigurosos sobre descalcismo lleguen a conclusiones similares me da la razón en este aspecto, y es que dichos estudios suelen concluir, a grandes rasgos, que aún sabemos muy poco, y que el descalcismo es bueno para algunos, y desaconsejable para otros.

Pero dejemos el futuro para más adelante (¡ea!) y hablemos de ahora. Ahora, el descalcismo, me hace sentirme mejor, y hace que correr haya dejado de ser un trámite para pasar a ser algo que me apetece hacer. No soy espiritual, no tengo a Gaia en mis pensamientos y, sin embargo, al pisar la tierra descalzo siento vida en mí, a mi alrededor, y debajo de mí. Soy más consciente de cómo funciona mi cuerpo, de lo que soy capaz de hacer, de lo que me rodea, y todo eso me gusta.
Hecha la primera parte de mi disertación, quiero volver a aclarar que ésta se basa simplemente en experiencias y opiniones, tanto personales como compartidas. Me temo que si tuviera que argumentar esto ante ciertos profesionales de la salud, lo tendrían fácil para rebatirme, pero no por ello mi experiencia es menos empírica, además de prolongada en el tiempo. Este es el punto en el que el saber médico choca con la experiencia que muchos vivimos en primera persona, y que nos demuestra a quienes lo practicamos con regularidad, que el descalcismo ni es tan terrible, ni dañino, ni doloroso, ni insalubre como muchos afirman. No obstante, mis palabras no deben entenderse como una recomendación para que todo el mundo practique el descalcismo. A mi me gusta y me hace sentir bien, pero no es posible asegurar que tenga los mismo efectos en todas las personas. De hecho, puede haber casos en lo que esté desaconsejado, especialmente en el caso de pacientes diabéticos, dado que su sensibilidad en la planta de los pies se reduce y pueden no darse cuenta de la presencia de heridas abiertas.

Acabo de oír a alguien diciendo: «¡Un momento! ¿¡Heridas abiertas!? ¡Lo sabía! ¡Te vas a mata!» Vaya por delante que no es imposible, pero es extremadamente raro, por varios motivos. El primero es que cuando caminamos o corremos descalzos en el exterior, nos acostumbramos a mirar al suelo. Ocurre de forma automática, los ojos se centran en escanear el suelo a una distancia variable de entre 2 y 5 metros para detectar cualquier posible obstáculo (una china, una baldosa levantada,… una caca). El segundo es que nuestros pies son mucho más resistentes de lo que imaginamos. Hemos evolucionado sobre ellos. Nos sostienen y nos llevan a todas partes. Simplemente no nos preocupamos por fortalecerlos y estimularlos como deberíamos, pero tienen un potencial que a menudo despreciamos. El tercero (pero no necesariamente el último) es que la piel de las suelas tiende a engrosarse y endurecerse. Por si misma detiene la mayoría de peligros. Pisar una china o una pincha que no hemos sido capaces de esquivar (probablemente porque nuestros ojos no iban mirando al suelo, como deberían) puede resultar molesto, pero es harto raro que llegue a clavarse, y mucho menos a penetrar.
Otro motivo de preocupación para los no iniciados (además de las cacas de perro) suelen ser los cristales. Con frecuencia la gente me pregunta por los cristales del suelo o incluso me confiesa que no se atreve a probar el descalcismo por los cristales. Mi respuesta siempre es: «¿Has visto cuánto cristal NO hay en el suelo?» Si hacéis el ejercicio de prestar atención a este punto, veréis que muy rara vez se encuentran cristales en el suelo. Hay, no obstante, zonas rojas; los alrededores de paradas de autobús (malditos vándalos) y los contenedores de reciclaje de vidrio son lugares donde hay que prestar especial atención. Aún así, la mayoría de trocitos de vidrio que pueden encontrarse en la calle son más inofensivos que una china, y presentan mucho menos peligro del que se les otorga.

Intentaré ir concluyendo. El descalcismo es una opción; no es necesariamente buena ni mala. A algunos nos gusta y nos funciona; a otros les repugna, ponen en duda sus beneficios, o incluso lo han probado y han decidido que no era para ellos o que les ha resultado contraproducente. A estos últimos quisiera dedicar algunas líneas. Puedo entender que a atletas con larga experiencia, acostumbrados a tiradas largas y/o a ritmos rápidos, la transición les resulte un sacrificio demasiado grande. Si yo corriese calzado 15 o 20 km al día a ritmos relajados de 5 o 5:30 min/km y me viniese alguien a decir que debería probar el descalcismo porque es genial, pero que debo empezar de cero, imagino que no me haría ninguna gracia. Supone un cambio muy importante, un reseteo del cerebro y de la manera de correr en la que entran cambios en la longitud de la zancada, en la inclinación del cuerpo, en la distribución de pesos, en la flexión de rodillas… Y es comprensible que muchos no estén dispuestos a pasar por ello. A fin de cuentas, corremos porque disfrutamos haciéndolo, y cada cual lo hace a su manera y persiguiendo sus propios objetivos, y por eso quisiera enumerar algunas conclusiones:

1. No se trata de correr más ni más rápido, sino mejor. El descalcismo me ha ayudado a comprender mejor mi cuerpo, cómo funciona, y cómo debe funcionar, y por tanto me ha ayudado a mejorar mi técnica. Ahora, con zapatillas minimalistas, pierdo una parte de feedback muy importante para mí y me hace ser más temerario y cometer más errores, por no hablar de las contadas ocasiones en que he corrido con suela gruesa. En esos casos, tengo la sensación de que no tener ni idea de lo que estoy haciendo.
2. La media de edad es muy alta entre los descalcistas. Hay muchos corredores y corredoras experimentados en el mundillo que han conseguido quitarse molestias con el descalcismo o con el minimalismo, y que ahora siguen disfrutando de correr. El algunos casos se trata de deportistas con larga trayectoria a los que los médicos habían desaconsejado seguir corriendo debido a las molestias que sufrían en las articulaciones del tren inferior. Algunos de ellos, dicen conseguir mejores tiempos que en su juventud.
3. ¡Cualquiera puede hacerlo! Salvo casos extremos, es algo que la Humanidad ha hecho siempre, y no hay motivos para que no seamos capaces de seguir haciéndolo. Las pautas son muy sencillas: no aterrizar de talón, flexionar un poco las rodillas, «leer» el suelo con los ojos y con los pies, cambiar los balances del cuerpo según sea necesario para adaptarse al terreno. Si no somos capaces de hacer eso, ¿cómo es posible que hayamos sobrevivido hasta hoy?
4. La mayoría de los descalcistas nos hemos adentrado en este mundo sin tener disponible vasta información. No hay escuela descalcista, la comunidad médica suele rechazarlo sin miramientos (y la mayoría de las veces tengo la impresión de que lo hace «porque así lo dicen los libros», no porque dispongan de evidencias de primera mano), y socialmente parece difícil de aceptar. No obstante, descalcistas que hemos seguidos caminos paralelos, una vez nos hemos conocido en persona y hemos intercambiado experiencias, llegamos a la conclusión de que dichas experiencias han sido sumamente similares en todos los casos. Hablo no sólo del proceso de transición, sino de la evolución y de las propias sensaciones que hemos tenido durante aquél. Entonces, si varias personas por separado, y sin conocerse, acaban siguiente el mismo camino y llegan a la misma conclusión, ¿qué es lo que está mal?
5. A menudo se me presenta el argumento (erróneo, a mi juicio) de que para poder practicar el descalcismo hay que ser un máquina. Tu cuerpo ha de ser
perfecto, debe ser un paradigma de la anatomía humana, debe ser la idea platónica de simetría hecha cuerpo. Parece una opinión popular entre corredores experimentados que sólo cuando alcanzas la perfección, puedes plantearte el descalcismo, y sólo como un complemento a tu rutina habitual. No puedo estar más en desacuerdo.
Y 6. Por último, la idea de correr aterrizando de talón parece estar muy arraigada entre corredores populares, pero parece que nadie se para a pensar en algo que es realmente obvio: correr no es caminar rápido Correr es saltar, saltar alternando las piernas en cada zancada, y la forma en que debe aterrizar el pie tras un salto es completamente diferente a cómo debe aterrizar cuando se camina. Haced la prueba: dad un salto en el sitio y observad cómo aterrizáis. Es más, si aún no me creéis, probad a aterrizar con el talón, y veréis lo que ocurre, y veréis, por tanto, lo que les ocurre a vuestras rodillas y caderas con cada zancada en la que aterrizáis de talón. Y esto sí me atrevo a afirmarlo: si al correr aterrizas con el talón (da igual si vas calzado o no) you’re doing it wrong!

Me considero una persona prudente y equilibrada, en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas —como decía el poeta—. Procuro guardarme de quienes vierten afirmaciones de forma absoluta y categórica, y me guardo de hacer yo mismo ese tipo de afirmaciones, pero por esta vez me voy a saltar mi propia norma y me atreveré a decir algo: si al correr aterrizas con el talón (da igual si vas calzado o no) you’re doing it wrong!

Germán Sánchez
‏@KTRisnot

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