- 29 Oct 2018, 23:00
#42718
Crónica del Retorno
28.10.18 | Media Maratón de Lucerna | Descalzo | 3 graod scentígrados | suelo húmedo
1h 28min 08seg
Septiembre 2018
Después de cuatro años corriendo una cosa me queda clara: con motivación todo es más fácil. No quiero decir que con motivación todo se puede, que querer es poder y todo eso, no no. Personalmente soy casi fanático de la preparación y más bien precavido en mis decisiones. Me refiero a la naturalidad con la que uno afronta los retos cuando está realmente motivado.
Tras un verano algo extraño en lo personal, un „Camino del Norte“ que sumaron 501km en 13 días, mucha irregularidad veraniega y una bronquitis que apartó 6 semanas del deporte me sentía bastante apático con el retorno a los entrenamientos. Esos entrenamientos que me habían arropado tantas y tantas semanas en su dulce rutina. No me apetecía. Eso, al que no ama el deporte le parece lo más normal del mundo: pero cómo te va apetecer meterte a subir montes o dar vueltas a la pista hasta quedarte sin aliento!. Pero al que entiende la actividad física como parte de su vida da mucho vértigo, asusta.
La mejor manera de motivarse es tener una visión (nada religioso, chic@s , me refiero a verse proyectado a si mismo en un futuro que le resulte sugestivo, placentero, épico, curioso, etc. Y a mi me daba vueltas por la cabeza que quizá era hora de retomar el descalcismo. Casi un año he estabe prescindiendo del placer del suelo por culpa de una bursitis en los metatarsos derechos. A esto le faltaba la sal y pimiento: una media maratón. Tenía 8 semanas para preparar la media maratón de Lucerna. El tiempo me daba igual. Solo quería terminarla descalzo. Mi mejor marca en media descalzo era de 1:32’. Y, aunque mi mejor marca en media es de 1:27’, por entonces no pensaba que pudiera superar los 92 minutos en solo 8 semanas después de un año sin curtir el cuero. Pero me sentía motivado. Y no creo que los que leen esto no sepan de qué estoy hablando. Es cuando de repente todo tiene sentido, y las ganas vuelven como si nunca se hubieran ido.
Comencé los entrenamientos con gratas sorpresas. No parecía que hubiera perdido tanto. Zonas de asfalto que desde el principio me parecieron muy abrasivas las iba superando con cierta naturalidad, casi como cuando dejé el descalcismo hace un año. A mi favor estaba la experiencia: sin prisas pero sin pausa. Esta vez no forzaba situaciones. Sabía que el proyecto pendía de un hilo. El tiempo era demasiado justo como para tener que parar una o dos semanas por culpa de un golpe, un corte, una ampolla o lo que fuera. Las molestias de la bursitis acechaba a cada momento. Sentía cierta tensión por la situación: ¿y si la bursitis no está del todo curada y vuelve implacable?. Sentía alguna molestia en casa caminando pero no evolucionaban corriendo, es más, corriendo desaparecian y no regresaba hasta un día o dos después. Tuve que lidiar con la situación e incluso aceptar que soy un yonqui del descalcismo: Sé que esto me puede hacer daño pero no puedo dejar de hacerlo, me gusta demasiado. También recuerdo comenzar los entrenamientos de calidad con muchas ganas pero tener que abandonar muchos de ellos en cuanto los pies daban señales de desgaste o ligeros dolores en los metatarsos. Cualquiera que entrene calidad sabe que los entrenos no se dejan a la mitad. Pero esta vez la prudencia debía imponerse.
Octubre 2018
Y así fueron pasando las semanas avanzando hacia lo que se convirtió un sueño para mi: Correr la media maratón descalzo por debajo de 1:30’ (un clásico . No es que las tuviera todas conmigo pero la evolución había sido casi de manual (siempre poco a poco y a más) y me sentía fuerte. Tiradas de 22km descalzo sin molestias ni ampollas con ritmos en los últimos kms de 4:20/km me avalaban (recordemos que 21km en 90min salen a 4:16/km). No iba a ser fácil pero era realista.
Pero la vida es mucho más compleja que nuestros sueños estirilizados. Después de un otoño veraniego y soleado resulta que el fin de semana de la carrera se acercaba una borrasca. Las temperaturas iban a bajar y la lluvia podian emborronar este dulce sueño. Estuve 10 dias mirando la previsión del tiempo de manera obsesiva. No había duda: La carrera sería con temperaturas por debajo de 6 grados y si no llovía en la carrera no cabía duda de que el suelo estaría mojado desde el día de antes.
Cuando dejé el descalcismo en el octubre del 2017 tenía clara una cosa: Correr descalzo con frío y suelo húmedo no hace ninguna gracia, es decir, „no se puede“, o dicho de otra manera „yo no podía“. Así que después de 8 semanas ilusionado y viendo acercarse un gran día tenía que aceptar que no iba a poder ser. Es duro pero es así. Y el que lleve ya un tiempo corriendo bien lo sabe. Este deporte puede ser arto ingrato. Da igual lo disciplinado que uno haya sido durante semanas y meses, cualquier nimiedad te puede estropear el día sin pestañear y, por supuesto, sin disculpas. Correr es así, como la vida misma.
¿Qué podía hacer? Evidentemente correr. No me iba a quedar en casa. Pero mis dudas divagaban entre calzarme y salir a dar un paseo (el tiempo calzado no me interesaba, sabía que no estaba para tirar cohetes) o salir descalzo y a ver cuantos kilómetros aguanto antes de intentar ponerle unos calcetines a unos pies que mis ojos dicen que si, que son mios pero que los siento como si fueran de otro. Yo no se si muchos de vosotros habeis estado en una situación asi (quiero imaginar que si) cuando la cabeza y el corazón lidian encarnizadamente por ganar una decisión que se demora y demora hasta lo insoportable. El día antes de la carrera la información parecía definitiva: unos 4 grados y suelo mojado aunque sin lluvia durante la carrera. Suelo que habría estado toda la noche a remojo a temperaturas cercanas a los cero grados. Parecía que la evidencia iba a imponerse.
Domingo 28 de Octubre del 2018
Suena el despertador a las 5:00am y lo primero que hago tras conseguir abrir el ojo derecho es revisar el parte metereológico. No se si esperaba ver un sol reluciente con unos cómodos 12 grados (el hombre del tiempo también se equivoca) pero más bien me encuentro con todo lo contrario: augura una carrera en remojo. Hay que aceptarlo. Joder!, hay que aceptarlo. Uno simpre intenta dulcificar estos momentos con humor y un poco de ironía si cabe, pero en algún lugar recondito sentía tristeza. El consuelo de la razón no me bastaba. Ea, me hacía ilusión, qué le vamos a hacer. En el tren (somos 8 del club) vamos charlando de nuestros objetivos, estrategias y bromeando del día duro que nos espera. Al llegar a Lucerna nos encontramos con un panorama algo más benévolo, al menos no llueve. Pero compruebo que el frío es lo esperado y que toda la ciudad está mojada, llevará así desde ayer por la mañana que comenzó el temporal. Por supuesto mis compañeros no reparan en eso. A ellos les da igual si el suelo esta seco o mojado. Nos encaminamos a recoger los dorsales y a los vestuarios. Solo el paseo hasta el pabellon me enfría los pies. Dios mio, y voy con zapatillas y calcetines!!. Debo decir que para una maratón con más de 10000 corredores recoger el dorsal hora y media antes de la salida nunca me pareció más fácil. Fué llegar y salir (bravo por la organización). Ya en los vestuarios mis compañeros comienzan a bromear. Les comunico que he decidido salir descalzo y ver cuanto aguanto. Las zapatillas (merrell vapor glove) y los calcetines me los llevo en una mochila de correr. Me dicen que me deje la mochila en el vestuario, que si me la llevo terminaré por calzarme. Que cabrones!!. Contraataco y le reto a uno de ellos a dejar la mochila en el vestuario si el corre sin camiseta (estamos hablando de 3 graditos). Por supuesto no acepta el reto. En fin, cosa de hombres, „gallitos de gallinero“.
Salimos a calentar 20min antes de la salida. La verdad es que hace fresquete, uf. Llevo las zapas puestas. En el caso de quitarmelas que sea justo antes de correr, que al menos me dé tiempo a estar un poquito caliente. En mi cabeza sigue rondando la idea de que es imposible que mis pies aguanten esas condiciones. Correr descalzo con muchos corredores es siempre un poco irritante en las aglomeraciones. Los descalcistas tenemos eso: nos gusta ver qué hay en el suelo. Decido salir en el segundo bloque (entre 90 y 95min) y esperar a que avancen para tener algo de espacio y visibilidad. Nos vamos despidiendo y ubicándonos. En el momento en que me quedo solo rodeado de corredores ajenos me pregunto si estoy en mi sano juicio. Desde que me sedujeron las ideas del descalcismo no he dejado de sentir curiosidad por lo que se puedo y lo que no. Y no siempre me ha salido bien. Pero muchas de las veces las impresiones me han engañado y el resultado sorprendido. Quedan 20 segundos para la salida. Me quito las zapatillas y las meto en la mochila. El primer contacto no es traumatico ni mucho menos, es más, es incluso esperanzador. Y ahí estoy yo a 3 grados en una Lucerna medio invernal y húmeda descalzo, con mis pantalones cortos pero camiseta térmica larga y guantes esperando a que nos suelten. No tardo en percibir los comentarios y las miradas. Estoy acostumbrado pero esta vez les doy la razón: Hay que estar fatal de la azotea.
Se escucha el pistoletazo del segundo bloque, el mio. Veo como empiezan a moverse. Dejo ir un poco el grupo y me pongo en movimiento. Por fin, por fin estoy aquí, en esta carrera que llevo esperando un año, en esta media maratón que se me hace la más ambiciosa: llegar a la meta. Cada paso paso lo disfruto como si fuera a ser el último o el penultimo porque no sé en que momento dejaré de sentir los dedos y el dolor será más que el disfrute. Es solo una idea porque de hipotermia no hay de momento ni rastro. Es temprano, estamos solo en el principio. Los primeros 1000m los celebra mi reloj con su desapasionado pitido. 4:11“: vaya, lento no es. En seguida me doy cuenta de que mi estrategia no fué buena por que alcanzo el pelotón y me encuentro rodeado de corredores. Los voy sorteando en zigzag, buscando huecos con cuidado de no pegarles una patada a sus delicadas zapatillas con mis rudos dedos del pie. Ni que decir que no dejo de escuchar por todas partes „Barfuß, Barfuß“ (descalzo). Es normal. Entramos en el centro de la ciudad, hermosa, antigua, triste y mojada pero gloriosa por ser un dia hoy de fiesta y estar yo aquí celebrandolo corriendo como a mi me gusta a pesar de todo. Estoy en el km 2 y no se ya cuantas veces me he emocionado pensando que es increible, que aquí estoy y aquí sigo con mis propios pies después de haberlo dado todo por perdido. Contra todo pronóstico empiezo a tener los pies en perfecto estado e incluso templados (calientes sería exagerar mucho). Quizá es solo una sensación pero a mi me basta. Seguimos avanzando, sigo adelantando, cada vez hay más huecos, más visibilidad, consigo relajarme, ponerme cómodo y disfrutar de la travesía. No es hermoso? Me pregunto sin necesidad de responderme. Ya no miro el reloj, ni lo miraré. No sé a cuanto voy ni me importa. Solo quiero prestar atención a mis pies, a lo que necesiten, mimarlos, a sus pies, darles todo el cariño del mundo porque parece ser que me están llevando allá donde una vez soñé. El asfalto se me hace aceptable km a km. Será que en Basilea tenemos el peor asfalto del planeta? O será que no hay mejor analgesico que un buen chute de adrenalina y un dorsal?. Llego al km 5 en perfectas condiciones. Bien!. Queda mucho pero algo es algo. Qué media maratón no pasa por el km 5? Comienzo a especular, a pensar en los siguientes 5km. Solo quiero que no pase nada, que me dejen así como estoy. Comienzan las subidas. No son muchas aunque estan todas entre el km 5 y 8, en total saldrían unos 150m de desnivel. Más miedo me dan las bajadas. Ahí te cepillas los piés con poca emoción que sueltes. La gente sigue animándome sin saberlo: „Barfuß“, „Barfuß“. Y yo pensando: quién me hubiera dicho a mi esta mañana que llegaría hasta el km 10 para arrancar a los espectadores esa palabra mágica.
Estoy casi a la mitad. El 10 ya ha quedado atrás. Los pies han abandonado esa tibiez apacible para pasar a un frío neutro pero perfectamente soportable. Tengo que concentrarme en el camino porque hay veces que me pongo a divagar y ni caso al suelo le hago. Cuidadito que no sería la primera vez que piso algo y se va todo al garete. Concentrate chacho! que aquí estamos y de aquí no nos movemos. El reloj insiste con sus alarmas burocráticas. Me contento con contar pitidos, los colecciono, me hinchan y me convencen. A cierta altura sobre el km 13 los corredores parecen tomar una curva sobre pedruscos, uff, suerte que la carretera hace la curva aunque mucho más abierta, el trueque me parece justo, hago más metros por no machacar los pies, que todavía quedan 8 y no son pocos. Sin embargo los siguientes 800m sería de un asfalto miserable y lleno de piedrecillas. Bajar el ritmo no me preocupa pero salgo de esa zona con los pies tocados (cagúentó). Me siento como si le hubieran quitado una vida a los pies. Me quedan dos. Vamos a ver.
Me acerco al km 15. Dios mio, el 15!. Apenas puedo creerlo. Estoy llegando al km 15 en una carrera donde no tenía claro que pasare de unos cientos de metros. Y es que llegar al 15 significa que ya va a ser muy dificil que me baje de la burra para ponerme las zapatillas y que con mucho gusto tiraría ahora mismo a la cuneta (por suerte no lo hago). He de confesar que los últimos 6 km de Lucerna son de los más amenos que he corrido en ninguna media hasta el momento. Atravesamos el estadio de fútbol por dentro. El cesped me sabe a bálsamo y me emociona. ¿Cuántas sensaciones no se habrán quedado en el camino esperando a que alguién las recogiera?. Salimos del estadio y me siento fuerte y terco. Los pies están fríos pero aguantan. Cansados pero hoy no iba a ser de otro modo. Comienza a llover y como voy mirando el suelo veo como si las gotas de agua revotaran en el suelo. Eh?. Me fijo mejor y veo que es granizo. Muy pequeñito e inofensivo pero... madre mia! Cómo se ponga ahora a caer pedruscos de hielo la hemos liado. Por suerte no sería el caso. Encarrilamos hacia el KKL, una de las salas de concierto más importantes de Suiza. ¿Os pedeis creer que atravesamos la sala por dentro? Alfombra roja, luces de colores y mucha gente animando. Alfombra roja en el km17!! ¿No es hermoso?. Yo creo estar ya en un sueño. Estamos llegando de nuevo al centro de la ciudad. Joder!, es que es increible!. Cuando pasé por aquí esta mañana hace una hora no pensaba que regresaría de esta batalla quijotesca arrastrando los restos de los molinos. Vamos vamos. Hasta aquí hubiera pensado que mi ritmo lejos de ser lento sí era algo cansino. Demasiado aeróbico para llevar un dorsal al pecho. Sin embargo voy notando cierto desgaste. Y es que correr es correr, no pasear. Evaluo si es realista darle caña en los últimos kms viendo que los pies aguantan. Sin embargo ya estamos en el centro de la ciudad y tras el puente comienza la parte antigua. Adoquines como la palma de mi mano por doquier. Tambien los hay en Basilea. No son los más criminales del mundo pero en estas condiciones comienzan a machacarme inesperadamente. Mucha tela para mis pobres pies. Pero ¿qué se puede hacer?, nadie dijo que fuera a ser fácil. Por el centro de la calle los adoquines son algo mas alargados para apoyar bien el pie pero para mi desgracia son un riachuelo de agua helada, no es opción. Diviso al fondo de la calle el asfalto (una vez me dijo un vendedor de zapatillas que lo peor para correr con diferencia era el asfalto, ese tio no tenía ni puta idea). Venga venga venga. Alcanzo el asfalto y siento un enorme alivio. Noto que comienzo a relajarme. Me queda una vida.
Al fondo veo algo que me hace estremecerme: km 40. Es el cartel de la maraton (en Lucerna la maratón son dos vueltas). Eso significa que estoy a 2 km. Un par de miserables kms. SI!. Mierda mierda, ya está. Vamos vamos. Acelero, no mucho porque 2 no es nada pero se pueden hacer largos. Es una recta casi geométroca que ya conozco de esta mañana. Me queda una vida pero ya no me la pueden arrebatar. Paso por el arco de salida. Aún quedan unos cientos de metros hasta la meta. No se si tengo ganas de gritar o llorar o yo que sé. Mis pies son pura emoción. Llego al edificio que acoge la meta. Me estremezco. Esta mañana pasé por aquí mirando completamente nostálgico hacia el arco de meta con el convencimiento de que llegaría pero no descalzo, que ese placer no me correspondía en el día de hoy. Y pienso en qué momento burlé al destino para convertirme en este heroe efímero que soy ahora. Entramos al edificio. Qué hermoso es cambiar siempre de superficies y sentirlas como si fueran un nuevo episodio de nuestras historias. Solo que a veces son historias de hormigón pulido y muy mojado que resbalan. Escucho al público, que ahora es muy numeroso „Barfuß“ „Barfuß„ justo en el momento en el que el horizonte comienza a girar. El murmullo de la gente me lo confirma. Estoy rebalando en una pista improvisada a apenas 200m de la meta. Creo que durante unos 10m intenté salvar los muebles como pude pero la gravedad siempre gana. Al menos no me caí solo y abandonado, no había habido tanto público en toda la carrera. No siento casi dolor, ni siquiera se si rabia, solo un pequeño descolor en esta meta que se me hace gigante. Me levanto y ya sin vidas me encamino al borde del llanto a esa meta que mis pies quieren tanto como yo. Tardé un rato en fijarme en el reloj y darme cuenta que había corrido por debajo de los 90 minutos.
No podía entender cómo un día tan triste podía convertirse en un día tan de putisimisima madre tan solo por correr una media maratón descalzo a 3 grados lluviosos en 1:28:08“. Fíjate tu que cosas.
Saludos
Joseja
28.10.18 | Media Maratón de Lucerna | Descalzo | 3 graod scentígrados | suelo húmedo
1h 28min 08seg
Septiembre 2018
Después de cuatro años corriendo una cosa me queda clara: con motivación todo es más fácil. No quiero decir que con motivación todo se puede, que querer es poder y todo eso, no no. Personalmente soy casi fanático de la preparación y más bien precavido en mis decisiones. Me refiero a la naturalidad con la que uno afronta los retos cuando está realmente motivado.
Tras un verano algo extraño en lo personal, un „Camino del Norte“ que sumaron 501km en 13 días, mucha irregularidad veraniega y una bronquitis que apartó 6 semanas del deporte me sentía bastante apático con el retorno a los entrenamientos. Esos entrenamientos que me habían arropado tantas y tantas semanas en su dulce rutina. No me apetecía. Eso, al que no ama el deporte le parece lo más normal del mundo: pero cómo te va apetecer meterte a subir montes o dar vueltas a la pista hasta quedarte sin aliento!. Pero al que entiende la actividad física como parte de su vida da mucho vértigo, asusta.
La mejor manera de motivarse es tener una visión (nada religioso, chic@s , me refiero a verse proyectado a si mismo en un futuro que le resulte sugestivo, placentero, épico, curioso, etc. Y a mi me daba vueltas por la cabeza que quizá era hora de retomar el descalcismo. Casi un año he estabe prescindiendo del placer del suelo por culpa de una bursitis en los metatarsos derechos. A esto le faltaba la sal y pimiento: una media maratón. Tenía 8 semanas para preparar la media maratón de Lucerna. El tiempo me daba igual. Solo quería terminarla descalzo. Mi mejor marca en media descalzo era de 1:32’. Y, aunque mi mejor marca en media es de 1:27’, por entonces no pensaba que pudiera superar los 92 minutos en solo 8 semanas después de un año sin curtir el cuero. Pero me sentía motivado. Y no creo que los que leen esto no sepan de qué estoy hablando. Es cuando de repente todo tiene sentido, y las ganas vuelven como si nunca se hubieran ido.
Comencé los entrenamientos con gratas sorpresas. No parecía que hubiera perdido tanto. Zonas de asfalto que desde el principio me parecieron muy abrasivas las iba superando con cierta naturalidad, casi como cuando dejé el descalcismo hace un año. A mi favor estaba la experiencia: sin prisas pero sin pausa. Esta vez no forzaba situaciones. Sabía que el proyecto pendía de un hilo. El tiempo era demasiado justo como para tener que parar una o dos semanas por culpa de un golpe, un corte, una ampolla o lo que fuera. Las molestias de la bursitis acechaba a cada momento. Sentía cierta tensión por la situación: ¿y si la bursitis no está del todo curada y vuelve implacable?. Sentía alguna molestia en casa caminando pero no evolucionaban corriendo, es más, corriendo desaparecian y no regresaba hasta un día o dos después. Tuve que lidiar con la situación e incluso aceptar que soy un yonqui del descalcismo: Sé que esto me puede hacer daño pero no puedo dejar de hacerlo, me gusta demasiado. También recuerdo comenzar los entrenamientos de calidad con muchas ganas pero tener que abandonar muchos de ellos en cuanto los pies daban señales de desgaste o ligeros dolores en los metatarsos. Cualquiera que entrene calidad sabe que los entrenos no se dejan a la mitad. Pero esta vez la prudencia debía imponerse.
Octubre 2018
Y así fueron pasando las semanas avanzando hacia lo que se convirtió un sueño para mi: Correr la media maratón descalzo por debajo de 1:30’ (un clásico . No es que las tuviera todas conmigo pero la evolución había sido casi de manual (siempre poco a poco y a más) y me sentía fuerte. Tiradas de 22km descalzo sin molestias ni ampollas con ritmos en los últimos kms de 4:20/km me avalaban (recordemos que 21km en 90min salen a 4:16/km). No iba a ser fácil pero era realista.
Pero la vida es mucho más compleja que nuestros sueños estirilizados. Después de un otoño veraniego y soleado resulta que el fin de semana de la carrera se acercaba una borrasca. Las temperaturas iban a bajar y la lluvia podian emborronar este dulce sueño. Estuve 10 dias mirando la previsión del tiempo de manera obsesiva. No había duda: La carrera sería con temperaturas por debajo de 6 grados y si no llovía en la carrera no cabía duda de que el suelo estaría mojado desde el día de antes.
Cuando dejé el descalcismo en el octubre del 2017 tenía clara una cosa: Correr descalzo con frío y suelo húmedo no hace ninguna gracia, es decir, „no se puede“, o dicho de otra manera „yo no podía“. Así que después de 8 semanas ilusionado y viendo acercarse un gran día tenía que aceptar que no iba a poder ser. Es duro pero es así. Y el que lleve ya un tiempo corriendo bien lo sabe. Este deporte puede ser arto ingrato. Da igual lo disciplinado que uno haya sido durante semanas y meses, cualquier nimiedad te puede estropear el día sin pestañear y, por supuesto, sin disculpas. Correr es así, como la vida misma.
¿Qué podía hacer? Evidentemente correr. No me iba a quedar en casa. Pero mis dudas divagaban entre calzarme y salir a dar un paseo (el tiempo calzado no me interesaba, sabía que no estaba para tirar cohetes) o salir descalzo y a ver cuantos kilómetros aguanto antes de intentar ponerle unos calcetines a unos pies que mis ojos dicen que si, que son mios pero que los siento como si fueran de otro. Yo no se si muchos de vosotros habeis estado en una situación asi (quiero imaginar que si) cuando la cabeza y el corazón lidian encarnizadamente por ganar una decisión que se demora y demora hasta lo insoportable. El día antes de la carrera la información parecía definitiva: unos 4 grados y suelo mojado aunque sin lluvia durante la carrera. Suelo que habría estado toda la noche a remojo a temperaturas cercanas a los cero grados. Parecía que la evidencia iba a imponerse.
Domingo 28 de Octubre del 2018
Suena el despertador a las 5:00am y lo primero que hago tras conseguir abrir el ojo derecho es revisar el parte metereológico. No se si esperaba ver un sol reluciente con unos cómodos 12 grados (el hombre del tiempo también se equivoca) pero más bien me encuentro con todo lo contrario: augura una carrera en remojo. Hay que aceptarlo. Joder!, hay que aceptarlo. Uno simpre intenta dulcificar estos momentos con humor y un poco de ironía si cabe, pero en algún lugar recondito sentía tristeza. El consuelo de la razón no me bastaba. Ea, me hacía ilusión, qué le vamos a hacer. En el tren (somos 8 del club) vamos charlando de nuestros objetivos, estrategias y bromeando del día duro que nos espera. Al llegar a Lucerna nos encontramos con un panorama algo más benévolo, al menos no llueve. Pero compruebo que el frío es lo esperado y que toda la ciudad está mojada, llevará así desde ayer por la mañana que comenzó el temporal. Por supuesto mis compañeros no reparan en eso. A ellos les da igual si el suelo esta seco o mojado. Nos encaminamos a recoger los dorsales y a los vestuarios. Solo el paseo hasta el pabellon me enfría los pies. Dios mio, y voy con zapatillas y calcetines!!. Debo decir que para una maratón con más de 10000 corredores recoger el dorsal hora y media antes de la salida nunca me pareció más fácil. Fué llegar y salir (bravo por la organización). Ya en los vestuarios mis compañeros comienzan a bromear. Les comunico que he decidido salir descalzo y ver cuanto aguanto. Las zapatillas (merrell vapor glove) y los calcetines me los llevo en una mochila de correr. Me dicen que me deje la mochila en el vestuario, que si me la llevo terminaré por calzarme. Que cabrones!!. Contraataco y le reto a uno de ellos a dejar la mochila en el vestuario si el corre sin camiseta (estamos hablando de 3 graditos). Por supuesto no acepta el reto. En fin, cosa de hombres, „gallitos de gallinero“.
Salimos a calentar 20min antes de la salida. La verdad es que hace fresquete, uf. Llevo las zapas puestas. En el caso de quitarmelas que sea justo antes de correr, que al menos me dé tiempo a estar un poquito caliente. En mi cabeza sigue rondando la idea de que es imposible que mis pies aguanten esas condiciones. Correr descalzo con muchos corredores es siempre un poco irritante en las aglomeraciones. Los descalcistas tenemos eso: nos gusta ver qué hay en el suelo. Decido salir en el segundo bloque (entre 90 y 95min) y esperar a que avancen para tener algo de espacio y visibilidad. Nos vamos despidiendo y ubicándonos. En el momento en que me quedo solo rodeado de corredores ajenos me pregunto si estoy en mi sano juicio. Desde que me sedujeron las ideas del descalcismo no he dejado de sentir curiosidad por lo que se puedo y lo que no. Y no siempre me ha salido bien. Pero muchas de las veces las impresiones me han engañado y el resultado sorprendido. Quedan 20 segundos para la salida. Me quito las zapatillas y las meto en la mochila. El primer contacto no es traumatico ni mucho menos, es más, es incluso esperanzador. Y ahí estoy yo a 3 grados en una Lucerna medio invernal y húmeda descalzo, con mis pantalones cortos pero camiseta térmica larga y guantes esperando a que nos suelten. No tardo en percibir los comentarios y las miradas. Estoy acostumbrado pero esta vez les doy la razón: Hay que estar fatal de la azotea.
Se escucha el pistoletazo del segundo bloque, el mio. Veo como empiezan a moverse. Dejo ir un poco el grupo y me pongo en movimiento. Por fin, por fin estoy aquí, en esta carrera que llevo esperando un año, en esta media maratón que se me hace la más ambiciosa: llegar a la meta. Cada paso paso lo disfruto como si fuera a ser el último o el penultimo porque no sé en que momento dejaré de sentir los dedos y el dolor será más que el disfrute. Es solo una idea porque de hipotermia no hay de momento ni rastro. Es temprano, estamos solo en el principio. Los primeros 1000m los celebra mi reloj con su desapasionado pitido. 4:11“: vaya, lento no es. En seguida me doy cuenta de que mi estrategia no fué buena por que alcanzo el pelotón y me encuentro rodeado de corredores. Los voy sorteando en zigzag, buscando huecos con cuidado de no pegarles una patada a sus delicadas zapatillas con mis rudos dedos del pie. Ni que decir que no dejo de escuchar por todas partes „Barfuß, Barfuß“ (descalzo). Es normal. Entramos en el centro de la ciudad, hermosa, antigua, triste y mojada pero gloriosa por ser un dia hoy de fiesta y estar yo aquí celebrandolo corriendo como a mi me gusta a pesar de todo. Estoy en el km 2 y no se ya cuantas veces me he emocionado pensando que es increible, que aquí estoy y aquí sigo con mis propios pies después de haberlo dado todo por perdido. Contra todo pronóstico empiezo a tener los pies en perfecto estado e incluso templados (calientes sería exagerar mucho). Quizá es solo una sensación pero a mi me basta. Seguimos avanzando, sigo adelantando, cada vez hay más huecos, más visibilidad, consigo relajarme, ponerme cómodo y disfrutar de la travesía. No es hermoso? Me pregunto sin necesidad de responderme. Ya no miro el reloj, ni lo miraré. No sé a cuanto voy ni me importa. Solo quiero prestar atención a mis pies, a lo que necesiten, mimarlos, a sus pies, darles todo el cariño del mundo porque parece ser que me están llevando allá donde una vez soñé. El asfalto se me hace aceptable km a km. Será que en Basilea tenemos el peor asfalto del planeta? O será que no hay mejor analgesico que un buen chute de adrenalina y un dorsal?. Llego al km 5 en perfectas condiciones. Bien!. Queda mucho pero algo es algo. Qué media maratón no pasa por el km 5? Comienzo a especular, a pensar en los siguientes 5km. Solo quiero que no pase nada, que me dejen así como estoy. Comienzan las subidas. No son muchas aunque estan todas entre el km 5 y 8, en total saldrían unos 150m de desnivel. Más miedo me dan las bajadas. Ahí te cepillas los piés con poca emoción que sueltes. La gente sigue animándome sin saberlo: „Barfuß“, „Barfuß“. Y yo pensando: quién me hubiera dicho a mi esta mañana que llegaría hasta el km 10 para arrancar a los espectadores esa palabra mágica.
Estoy casi a la mitad. El 10 ya ha quedado atrás. Los pies han abandonado esa tibiez apacible para pasar a un frío neutro pero perfectamente soportable. Tengo que concentrarme en el camino porque hay veces que me pongo a divagar y ni caso al suelo le hago. Cuidadito que no sería la primera vez que piso algo y se va todo al garete. Concentrate chacho! que aquí estamos y de aquí no nos movemos. El reloj insiste con sus alarmas burocráticas. Me contento con contar pitidos, los colecciono, me hinchan y me convencen. A cierta altura sobre el km 13 los corredores parecen tomar una curva sobre pedruscos, uff, suerte que la carretera hace la curva aunque mucho más abierta, el trueque me parece justo, hago más metros por no machacar los pies, que todavía quedan 8 y no son pocos. Sin embargo los siguientes 800m sería de un asfalto miserable y lleno de piedrecillas. Bajar el ritmo no me preocupa pero salgo de esa zona con los pies tocados (cagúentó). Me siento como si le hubieran quitado una vida a los pies. Me quedan dos. Vamos a ver.
Me acerco al km 15. Dios mio, el 15!. Apenas puedo creerlo. Estoy llegando al km 15 en una carrera donde no tenía claro que pasare de unos cientos de metros. Y es que llegar al 15 significa que ya va a ser muy dificil que me baje de la burra para ponerme las zapatillas y que con mucho gusto tiraría ahora mismo a la cuneta (por suerte no lo hago). He de confesar que los últimos 6 km de Lucerna son de los más amenos que he corrido en ninguna media hasta el momento. Atravesamos el estadio de fútbol por dentro. El cesped me sabe a bálsamo y me emociona. ¿Cuántas sensaciones no se habrán quedado en el camino esperando a que alguién las recogiera?. Salimos del estadio y me siento fuerte y terco. Los pies están fríos pero aguantan. Cansados pero hoy no iba a ser de otro modo. Comienza a llover y como voy mirando el suelo veo como si las gotas de agua revotaran en el suelo. Eh?. Me fijo mejor y veo que es granizo. Muy pequeñito e inofensivo pero... madre mia! Cómo se ponga ahora a caer pedruscos de hielo la hemos liado. Por suerte no sería el caso. Encarrilamos hacia el KKL, una de las salas de concierto más importantes de Suiza. ¿Os pedeis creer que atravesamos la sala por dentro? Alfombra roja, luces de colores y mucha gente animando. Alfombra roja en el km17!! ¿No es hermoso?. Yo creo estar ya en un sueño. Estamos llegando de nuevo al centro de la ciudad. Joder!, es que es increible!. Cuando pasé por aquí esta mañana hace una hora no pensaba que regresaría de esta batalla quijotesca arrastrando los restos de los molinos. Vamos vamos. Hasta aquí hubiera pensado que mi ritmo lejos de ser lento sí era algo cansino. Demasiado aeróbico para llevar un dorsal al pecho. Sin embargo voy notando cierto desgaste. Y es que correr es correr, no pasear. Evaluo si es realista darle caña en los últimos kms viendo que los pies aguantan. Sin embargo ya estamos en el centro de la ciudad y tras el puente comienza la parte antigua. Adoquines como la palma de mi mano por doquier. Tambien los hay en Basilea. No son los más criminales del mundo pero en estas condiciones comienzan a machacarme inesperadamente. Mucha tela para mis pobres pies. Pero ¿qué se puede hacer?, nadie dijo que fuera a ser fácil. Por el centro de la calle los adoquines son algo mas alargados para apoyar bien el pie pero para mi desgracia son un riachuelo de agua helada, no es opción. Diviso al fondo de la calle el asfalto (una vez me dijo un vendedor de zapatillas que lo peor para correr con diferencia era el asfalto, ese tio no tenía ni puta idea). Venga venga venga. Alcanzo el asfalto y siento un enorme alivio. Noto que comienzo a relajarme. Me queda una vida.
Al fondo veo algo que me hace estremecerme: km 40. Es el cartel de la maraton (en Lucerna la maratón son dos vueltas). Eso significa que estoy a 2 km. Un par de miserables kms. SI!. Mierda mierda, ya está. Vamos vamos. Acelero, no mucho porque 2 no es nada pero se pueden hacer largos. Es una recta casi geométroca que ya conozco de esta mañana. Me queda una vida pero ya no me la pueden arrebatar. Paso por el arco de salida. Aún quedan unos cientos de metros hasta la meta. No se si tengo ganas de gritar o llorar o yo que sé. Mis pies son pura emoción. Llego al edificio que acoge la meta. Me estremezco. Esta mañana pasé por aquí mirando completamente nostálgico hacia el arco de meta con el convencimiento de que llegaría pero no descalzo, que ese placer no me correspondía en el día de hoy. Y pienso en qué momento burlé al destino para convertirme en este heroe efímero que soy ahora. Entramos al edificio. Qué hermoso es cambiar siempre de superficies y sentirlas como si fueran un nuevo episodio de nuestras historias. Solo que a veces son historias de hormigón pulido y muy mojado que resbalan. Escucho al público, que ahora es muy numeroso „Barfuß“ „Barfuß„ justo en el momento en el que el horizonte comienza a girar. El murmullo de la gente me lo confirma. Estoy rebalando en una pista improvisada a apenas 200m de la meta. Creo que durante unos 10m intenté salvar los muebles como pude pero la gravedad siempre gana. Al menos no me caí solo y abandonado, no había habido tanto público en toda la carrera. No siento casi dolor, ni siquiera se si rabia, solo un pequeño descolor en esta meta que se me hace gigante. Me levanto y ya sin vidas me encamino al borde del llanto a esa meta que mis pies quieren tanto como yo. Tardé un rato en fijarme en el reloj y darme cuenta que había corrido por debajo de los 90 minutos.
No podía entender cómo un día tan triste podía convertirse en un día tan de putisimisima madre tan solo por correr una media maratón descalzo a 3 grados lluviosos en 1:28:08“. Fíjate tu que cosas.
Saludos
Joseja
"Unas veces se gana, otras se aprende"