Para responder a esta pregunta hay que buscar en nuestros orígenes. Nuestros antepasados eran excelentes corredores de largas distancias y corrían descalzos o con un trozo de cuero amarrado al pie .  Sin embargo, su resistencia era superior a la de cualquier animal y utilizaban dicha habilidad para cazar mediante la persecución.

En las inmensas llanuras africanas y antes de la existencia de las armas de fuego, el hombre cazaba por agotamiento. Perseguía a la presa en una interminable carrera, que finalizaba con el animal abatido por el cansancio y la deshidratación.

En largas distancias, un atílope posee una velocidad promediada con respecto a su peso es de 13,7 km/h (65 kg) , 15,5 km/h (110-170 kg) para un ñú y 21,6 km/h (500 kg) para un caballo. Según los fisiólogos, el límite del Homo sapiens en las carreras de resistencia se sitúa por encima de todos ellos, en 23,4 km/h, rendimiento muy superior al del resto de los primates, mejor preparados físicamente para acelerar en distancias cortas. Un deportista de élite es capaz de mantener los 20,4 km/h durante dos horas, mientras que un aficionado al footing se debe contentar con una media de entre 11 y 15 km/h. Esta es precisamente la velocidad con la que un cuadrúpedo de un peso similar al nuestro pasaría del trote –tipo de marcha equiparable a la carrera humana– al galope, que sería su manera de esprintar. Es el caso, por ejemplo, del antílope, otro reputado atleta de la fauna africana.

Aunque no sabemos con certeza cómo corrían los primeros humanos, la investigación llevaba a cabo por Lieberman y colaboradores, 2010 indica que eran capaces de correr largas distancias, con comodidad y seguridad, con los pies descalzos o con mínimo calzado. Para ello aterrizaban con la parte media del pie o con el metatarso. Este tipo de aterrizaje difiere profundamente del de talón, tanto en términos de cómo el cuerpo se mueve, como de las fuerzas resultantes en él.

Antes de mediados de 1970 se corría con calzado sin amortiguación o bien se hacía descalzo. Una premisa básica de la medicina darwiniana o evolucionista es que el pie humano se adapta bien a correr sin zapatillas. Por lo que, contrariamente a la creencia popular, el pie desnudo o con mínimo calzado puede ser muy adecuado para recorrer largas distancias, sin necesidad de las modernas zapatillas de tacón alto y mucha amortiguación.

Nuestra historia evolutiva como corredores explica, en parte, por qué el ejercicio aeróbico es un componente clave de la salud humana. La mayoría de nosotros identificamos dicho ejercicio con la carrera a pie, aunque son muchos los deportes con un alto contenido aeróbico como fútbol, baloncesto, etc. Desafortunadamente, los estudios sugieren que al menos el 30% de los corredores se lesionan cada año, y muchas de estas lesiones se derivan de problemas en el pie o en la pierna ( Van Gent y colaboradores, 2007 ).

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